jueves, 13 de noviembre de 2008

8 - Muy Lejos.

Lejos de su hogar, muy lejos de todo, en una ciudad lejana, caminó por la playa. Fue un momento casi eterno. Debió haber sido así. La arena se transformó en un pasaje infinito y las olas del mar se volvieron ensordecedoras. Todo se volvió grande e inalcanzable. La playa se volvió eterna y mar demostraba a cada momento su furia y su grandeza con olas que rompían una tras otra, una y otra vez.

Se sintió minimizado… casi aplastado por el cielo, hasta que, casi hipnotizado, ya no escuchó más aquel ruido enloquecedor. El sol, mientras, acariciaba su rostro. Hubiera secado sus lágrimas, pero fue demasiado tarde. Ya estaba por ponerse tras ese horizonte anhelado, donde había tantos sueños por realizar, donde había tantos anhelos guardados, tantas promesas incumplidas. Y no se cuestionó nada, por primera vez. Ya no importaba nada.

La tristeza le hacía pedazos el alma. Pensó que había tomado el camino correcto. Ahora, sin embargo, se daba cuenta que no conocía a Dios, que no conocía el perdón, que no conoció ni siquiera el amor. Su corazón estaba desnudo, con frío y miedo.

Allí, a orillas de la playa cerró sus ojos y no pudo objetar nada más. Su voz gastada no sería oída. Entonces calló y su silencio pareció prolongarse para siempre.

Muchos años después, en una vacía y fría habitación sentado junto a una ventana, contempla con mirada fija las calles y los tejados contiguos. Los últimos rayos del día en su rostro le recuerdan el sonido del mar agitado por el viento, el sol que teñía de rojo el atardecer para ocultarse tras ese horizonte junto a todos sus sueños y a todas sus promesas.

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