martes, 25 de noviembre de 2008

9 - Volar

He vuelto a soñar que vuelo. Vuelo muy alto, tanto que todo se torna celeste.

Los áridos cerros son míos. Mi hogar es cualquier grieta de las montañas. Miro a mi lado y veo a las aves junto a mi, pero son distintas a mi. No tienen ideales ni viven de sueños ni promesas… sin embargo son felices.

Dejo de observarlas y sigo hacia delante junto a ellas. Y yo soy feliz nuevamente. Inmensamente feliz...

jueves, 13 de noviembre de 2008

8 - Muy Lejos.

Lejos de su hogar, muy lejos de todo, en una ciudad lejana, caminó por la playa. Fue un momento casi eterno. Debió haber sido así. La arena se transformó en un pasaje infinito y las olas del mar se volvieron ensordecedoras. Todo se volvió grande e inalcanzable. La playa se volvió eterna y mar demostraba a cada momento su furia y su grandeza con olas que rompían una tras otra, una y otra vez.

Se sintió minimizado… casi aplastado por el cielo, hasta que, casi hipnotizado, ya no escuchó más aquel ruido enloquecedor. El sol, mientras, acariciaba su rostro. Hubiera secado sus lágrimas, pero fue demasiado tarde. Ya estaba por ponerse tras ese horizonte anhelado, donde había tantos sueños por realizar, donde había tantos anhelos guardados, tantas promesas incumplidas. Y no se cuestionó nada, por primera vez. Ya no importaba nada.

La tristeza le hacía pedazos el alma. Pensó que había tomado el camino correcto. Ahora, sin embargo, se daba cuenta que no conocía a Dios, que no conocía el perdón, que no conoció ni siquiera el amor. Su corazón estaba desnudo, con frío y miedo.

Allí, a orillas de la playa cerró sus ojos y no pudo objetar nada más. Su voz gastada no sería oída. Entonces calló y su silencio pareció prolongarse para siempre.

Muchos años después, en una vacía y fría habitación sentado junto a una ventana, contempla con mirada fija las calles y los tejados contiguos. Los últimos rayos del día en su rostro le recuerdan el sonido del mar agitado por el viento, el sol que teñía de rojo el atardecer para ocultarse tras ese horizonte junto a todos sus sueños y a todas sus promesas.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

7 - Que hable el tiempo…

Cuando estaba escribiendo uno de los capítulos de “Mi personal e impía historia de las religiones” me quedé varios días dando vuelta al tema de la arqueología y los estudios científicos que corroboran varias de las líneas de la Biblia. Pensaba en cuan frustrante puede resultar pensar en que algo que tuvo vida en algún momento de la historia de la tierra ahora yace inerte, petrificado y muchas veces como objeto de decoración en algún museo del mundo. Si las momias pudieran hablar…

Por esos días estuve de cumpleaños y recibí un inesperado obsequio. Inesperado porque lo había enviado mi padre, un hombre al que recién a mis treinta y tantos años vengo a descubrir y conocer (pero esa es otra historia), e inesperado porque se trataba de una pieza invaluable. En una caja, junto a otras cosas, envuelto en mucho papel de diario, había un enorme fósil de un enorme caracol casi del tamaño de un platillo de té. Era el primer regalo de cumpleaños que recuerde recibir de mi padre, y no podía ser más significativo en aquel minuto de reflexiones.

El caracol se encontraba correctamente dividido en dos mitades (una de ellas en mi poder) dejando ver claramente el interior de su gran concha. Quedé en silencio por mucho rato, concentrado mientras lo contemplaba ya con otros ojos. Eran los ojos que querían intentar encontrar pistas acerca del fósil que tenía entre manos. Me preguntaba una y mil cosas: ¿de dónde vino? ¿hace cuanto vivió? ¿qué acontecimientos habrán sucedido mientras vivió? Si pudiera hablar…¿cuántas cosas podría habernos contado?...

Días mas tardes recibí una llamada de mi padre preguntándome si había recibido el “nautilus”, recibiendo halagos de mi parte por tan acertado obsequio, el que no pudo haber llegado en mejor momento y que ahora se encontraba en un lugar privilegiado de mi casa. Su llamada fue breve, pero no se despidió sin antes decirme “imagínate hijo, hace cuantos millones de años vivió ese caracol, qué cosas habrá visto… si pudiera hablar, ¡cuantas cosas podría habernos contado!…