viernes, 12 de junio de 2009

12 - Hoy amanecí muerto.


Finalmente y tras una larga agonía sicológica, peor que la física, amanecí muerto. No puedo decir que desperté así. Sencillamente no desperté. Y contrariamente a lo que pude haber pensado antes, no me siento triste, ni siento miedo, ni ansiedad… Creo no sentir nada. Probablemente me encuentre en un estado de transición todavía.

Me lo habían advertido. Unas cuantas dosis de esas pastillas me llevarían directo a la muerte. No se si realmente buscaba llegar hasta aquí. Creo que no lo recuerdo bien, sin embargo me parece que tardó bastante en llegar.

Un coma me tuvo por demasiado tiempo expectante. Quien sabe de cuantas cosas me habré perdido. Comienzo a recordar. No estaba solo en esta vida… Pero quienes me acompañaban… no lo se.

No se hasta cuando podré transitar por estos fríos y limpios pasillos. Debe ser un hospital. Me parece todo muy familiar.

A lo lejos veo a otras personas. Deben estar muertas también. Se ven serenos y caminan como en el espacio, sin gravedad, como cuando me permitía salir de mi cuerpo en mi juventud. Mis sentidos están demasiado potenciados y no estoy acostumbrado a ello. Ahora estoy consciente de lo que hago, puedo dirigirme a cualquier lugar en un instante… pero no se hacia donde ir. He ingresado a una habitación que parece ser la mía.

Ahí estoy en una cama. Ya me han sacado las sondas y una serie de equipos que monitoreaban mis signos vitales. Me acerco y con dificultad ante mis nuevas facultades puedo verme cara a cara. Conservo la misma barba, bastante canosa, al igual que mi pelo. Alguien ha tenido la paciencia de mantenerme así pues se ve bastante cuidada. Mi cabellera me hace pensar que en realidad han pasado más años de los que creo.

Me he quedado detenido observándome por un buen rato hasta que alguien ha venido a retirarme. Ahora me llevan a otra parte, probablemente para que retiren mi cuerpo y me den sepultura. Pero quienes…

En un abrir y cerrar de ojos me encontré en el mismo cementerio que siendo muy joven frecuentaba. Allí, cerca del mismo árbol de tronco torcido que dio sombra a uno de mis más tristes recuerdos en vida, me detuve. El tiempo no se puede dimensionar aquí. No se cuanto tiempo pasó ni cuantos recuerdos logré reunir hasta que un hombre de mirada serena y cálida que se encontraba de pronto a mi lado tocó mi hombro y me dijo “queda poco tiempo… te estamos esperando, papá”.

Papá. Había sido papá. Habían transcurrido 40 años. No había cruz ni tumba que me indicara algo. Sólo el gran y viejo árbol. “Espera”, le dije intentando tocarlo, pero él me miró y su figura se desvaneció lentamente. Estaba realmente confundido. Debe haber sido realmente triste haber tenido un hijo que ahora estaba muerto igual que yo. Y probablemente tuve otros hijos, y quizá una esposa. Habré tenido amigos también, y donde se encontrarán todos ahora. Aquel personaje no dio más señales y sólo desapareció con la advertencia de que quedaba poco tiempo.

De vuelta en el hospital he visto mucha gente llorando. Me imagino que no es por mí. En realidad eso es lo que espero.

Una mujer de baja estatura, de pelo cano y largo, me llama la atención. Es la única autorizada para ingresar a un largo pasillo que da a una sala más bien descuidada. Cojea al caminar y es apoyada por un bastón. Adentro es recibida por un hombre de delantal blanco. El la abraza y ella llora. Una lágrima corre por la mejilla del joven médico que mira hacia el infinito para finalmente cerrar sus ojos.

Pienso en cuantas cosas me habré perdido en este sueño en vida. Cuantas veces habrá querido resucitar mi alma. En cuantas veces habré pedido perdón. ¿Y si tal vez pudiera escoger cómo renacer y comenzar todo nuevamente? ¿Tendría el perdón que necesitaba? ¿Llegaría siquiera a necesitarlo?

La mujer me viste con mucho cuidado. Acaricia lentamente mi cabello y mi barba. Pasa sus dedos suavemente por mi rostro, toca mis ojos, mis labios... Aquellas caricias creo recordarlas. Yo la amaba, pienso luego como impulsado por algo. Un beso en mis fríos e inmóviles labios lo confirma. Dos se sus lágrimas caen sobre mis ojos y su pelo rosa mi rostro. Queda observándome y acariciándome durante mucho rato, pensativa. Cuánta falta le habré hecho… Debería sentir culpa, pienso.

Tocan la puerta y asoma su cabeza el mismo medico que antes había abrazado a la que ahora sabía era mi esposa: “Mamá, Llegó mi hermana”, dice. Me acerco a observarlo y por vez primera desde que morí intento hablar. “Hijo”, intento decir con mucho esfuerzo. Yo me escuché, pero nadie más al parecer. Era extraño escuchar mis pensamientos, o es que tal vez tampoco escuchaba…

En la entrada de aquel pasillo se encuentran con una mujer joven. Yo los sigo. Se abrazan. Lloran. Me doy cuenta ahora de que tenía una familia… una hermosa familia. Una pequeñita se encuentra a su lado. “Venga mi Ratoncita” le dice su madre… Siento ganas de llorar y de no querer irme.

Dios mío, me digo. Siento una necesidad enorme de despertar. Comienzo a recordarlo todo. Afuera había más gente. No vendrán por mi, me sigo cuestionando como tratando de convencerme de que es suficiente por ahora. Hay tres mujeres mayores que se acercan a mi esposa. “Sabemos que se encontrará con quienes más lo quisieron”…

“Señora, los trámites para la cremación están listos”, dijo una voz que interrumpió la reunión. Mi esposa sólo movió la cabeza afirmativamente con los ojos cerrados.

No estuve en mi velatorio. No se cuando fue ni dónde. Ni siquiera se si lo hicieron. No se quién acompañó mis restos ni quién lloro ni quien celebró. No se cómo llegué a este lugar en el que me encuentro. Hay muchos como yo en una especie de estación de trenes. A lo lejos puedo ver el último tren que salió y se supone que esperamos el siguiente.

No tengo hambre ni frío. No tengo mas dudas ni siento pena. Y debería tenerla. No puedo describir los sentimientos terrenales porque estoy muerto. Ni menos puedo describir lo que se siente en este lugar porque… no se siente.

Estar muerto es más que ser un cadáver. En realidad es mejor que estar vivo.

No puedo ver a mi hijo ni a mis padres ni a nadie. Ellos deben estar en otro lugar, algunas estaciones más allá. Se que llegaré a verlos. Mi hijo me lo dijo en el cementerio junto al árbol de tronco torcido. Tengo muchas cosas que contarle. Y muchas cosas que preguntarle.

1 comentario:

Romero dijo...

Excelente, me sorprendió, me asustó, me hizo reaccionar.
Gracias mi amigo.