martes, 8 de octubre de 2013

34 - Las campanillas del terror

En noches tan cálidas como las de verano, era usual irse a dormir dejando la ventana abierta. Muchas veces la luz de la luna y el sonido de los grillos eran en si mismo un deleite que invitaba a soñar. 

Eran los años de antes, cuando la inexperiencia hacía creer que todo era bueno, cuando la noche invitaba a cureosear en terrenos desconocidos, solo transitados por algunos adultos que se convirtieron en layendas contadas a la luz de las velas que iluminaban sus conversaciones acompañadas de relatos a veces escalofriantes. 

El duende de grandes ojos luminosos era el ser más recurrente. Todos conocían a alguien que había vivido una experiencia terrorífica que lo involucraba a él y lo describían como un horroroso ser que emitía un suave sonido hipnotizante que era capaz de saltar de un lado a otro con mucha agilidad. Era una especie de ser malo, con poderes sobrenaturales, alguien de quién había que cuidarse y nunca mirarlo de frente porque su mirada era fatal.

A mis 11 años ya no creía en cuentos de niños, mi viejo peluche favorito ahora dormía en la cama del lado y mis jugarretas con mis amigos me habían convertido ahora en un osado y valiente soldado. Hasta que esa noche llegó anunciándose como algo completamente predecible. Más oscura y más silenciosa que las otras... y más fría. 

Y tenía miedo. 

Algo había en el aire que hacía de aquella enorme casa de campo una especie de castillo embrujado. El silencio. Luego los pasos y el sonido de una campanilla, suaves... cada vez más cerca. Podía escuchar el sonido que me hipnotizaría y mi lucha y desesperación era mayor... Me faltaba el aire, casi no podía respirar. Los fuertes latidos de mi corazón a ratos lograban silenciar aquel infernal sonido que se acercaba cada vez más. 

Hasta que se detuvo, a pocos metros de mi cama. 

No salí de mi escondite provisorio y las sábanas que me cubrían por completo permanecieron allí. De cara al techo sin poder moverme y sin casi poder respirar, sabía que no debía ni siquiera pensar en abrir mis ojos para que no se encontraran con los de él. Tan solo transcurrieron unos segundos de silencio, pero en mi desesperación eran horas en las que pude haber recitado todas las oraciones cual repelente contra ese fantasma que estaba a apenas unos centímetros de mi haciendo sonar sus campanas del terror. Nada podía hacer, solo esperar. 

Silencio. Horas de desesperante silencio... hasta que de pronto y sin aviso se abalanzó sobre mi pecho. Ahí estaba sobre mi cuerpo inmóvil, clavando algo en mi pecho y recitando sus propias palabras con sonidos guturales en una lengua monótona que era capaz de controlarlo todo. Su campanilla retumbaba en mis oídos y la desesperación era total. Ya había logrado adormecerme y mis gritos no podían ser escuchados.

Hasta que abrí mis ojos. Y lo vi...

Sólo recuerdo que grité por ayuda frente a sus enormes y brillantes ojos hasta que lograron penetrar mi mirada... Ya era demasiado tarde, yo estaba rendido y entregado por completo a su maldad en medio de un silencio que creía era la muerte.

Cuando abrí los ojos nuevamente todo estaba en orden. Había recuperado mis sentidos y podía escuchar el canto de las aves y los perros de mi abuelo ladrar. Había amanecido.

Fue en ese momento en que Tábata, la enorme gata de la casa, saltó de la cama dejando sonar la bulliciosa campanilla que colgaba de su cuello, y con paso suave y constante se dirigió hacia la puerta, emitiendo su particular ronroneo... Al llegar a ella se detuvo y volteó su cabeza hacia mi. Sus grandes ojos permanecieron clavados en los míos por unos segundos, pera luego continuar su paso y perderse en aquella gran casona llena de recuerdos y de historias de miedo.

El Fin.

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