jueves, 26 de diciembre de 2013

36 - Inocencia

Jugaban como si se conocieran de toda la vida. Esa es la virtud de la niñez… aquella donde no existen ni el tiempo ni las distancias, donde todo está enmarcado en la inocencia y donde no existen vacíos que llenar. Un jardín era un bosque, la playa era la inmensidad misma del océano y la noche el infinito camino hacia las estrellas que habrían de conquistar.

Sus mundos eran distintos, pero comprendieron el lenguaje del otro de manera perfecta. Dos 
pequeños amigos que pasaron desapercibidos para el resto de los mortales.

Pero un día el sol comenzaó a ocultarse tras el mar que tantas veces contemplaron juntos mientras soñaban con carabelas y galeones. Fue la tarde más silenciosa de todas, y la más dolorosa.

César lloraba entre el ruido de las máquinas y del gentío. Con una mano sostenía su boina, con la otra era arrastrado con prisa por su padre para subir al tren que comenzaba su marcha. Su rostro se dirigía a su amigo fiel, tal vez pidiendo auxilio, con una expresión de temor indescriptible. Su amigo, inmóvil, sin lograr comprender lo que sucedía, fue impulsado por su instinto y corrió tras la gigantesca locomotora en movimiento. Lágrimas rodaron por sus mejillas mientras se le alcanzaba oír gritar con desesperación el nombre de su amigo.

Una pequeña boina fue arrojada con débil fuerza desde aquel carro que los separaba a cada instante un poco más. Finalmente su pequeño amigo comprendió por vez primera lo injusto de ese momento y logró sentir el dolor de un alma que ahora se encontraba ya muy lejos de allí. Con aquella prenda entre sus manos y sus pies descalzos, lloró en el más absoluto silencio.

En las noches intenta encontrar el camino hacia las estrellas que un día prometieron alcanzar. Un ideal ciertamente fantasioso para quienes no hayan vivido lo que ellos vivieron, pero totalmente legítimo y real en una dimensión tan oculta a los ojos del mundo.

Una boina es el único testigo de una amistad como ninguna otra existió en esta dimensión, pero que probablemente renazca en algún momento del caminar en alguna próxima estación.

[Dedicado a quienes alguna vez han tenido un amigo de verdad]

Fotografía: Pasajeros en la estación de Chicago, 1949, de Stanley Kubrick

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